ACOSTUMBRARSE

“Cuando otras personas esperan de nosotros que seamos como ellos quieren, nos obligan a destruir a la persona que realmente somos” Jim Morrison
¡Cuántas veces al día puede escuchar una madre la frase: Se tiene que acostumbrar! Ayer volvimos a matronatación. En el grupo al que asistimos los bebés van con algún familiar a la clase. En el grupo que estaba a nuestro lado están los de dos años que ya van solos. Ayer había un niño allí de dos añitos. Era el primer día que estaba en ese grupo, sin su mamá. Se pasó toda la clase llorando y gritando ¡mamaaaá! Lo estaba pasando realmente mal. No quería meterse en el agua y estaba ya mojado y temblaba de frío. La monitora medio que se reía de él, medio que le regañaba por llorar. Y a mí, que tengo ese don de empatizar hasta el extremo, se me estaba revolviendo todo así que me acerqué educadamente a su monitora y le dije, pobrecito, que venga su madre a por él ¿no? NOOO me dijo, SE TIENE QUE ACOSTUMBRAR.
¿Acostumbrarse a qué exactamente? Me pregunto yo. ¿Acostumbrarse a que da igual que sientas miedo o frío o que necesites a mamá, porque no va a venir? ¿Acostumbrarte quizá a que en los momentos que más necesitas a tu referente no esté? ¿Acostumbrarte a que la vida es dura? Esto lo oigo tantas veces como la frase de: Se tiene que acostumbrar.
Se que estas respuestas en general son expresadas fruto del miedo. Pero no entiendo a qué exactamente tenemos tanto miedo. En este caso, miedo quizá a que el niño nunca quiera bañarse sin su madre. Pero eso no va a pasar. ¿A qué tarde más en adaptarse?
A los niños se les malacostumbra, cuando se les dan golosinas para merendar todos los días. Se les malacostumbra cuando se les compra juguetes para cubrir el tiempo que no estamos con ellos, se les malacostumbra a los gritos y a las humillaciones pero nunca vamos a malacostumbrar a un niño por darle cariño y responder a sus necesidades. A eso es a lo que sí se tienen que acostumbrar.
Un bebé no se tiene que acostumbrar a que no le cojan. Es más cómodo para nosotros que esté sin molestar en una hamaca pero no es mejor. No se tiene que acostumbrar a dormir solo. Llegara el día que quiera hacerlo. No hay niños de 18 años durmiendo con sus padres. Es más cómodo para nosotros que lo hagan desde los seis meses, pero no es mejor.
Un niño no se tiene que acostumbrar a llorar y que nadie le haga caso. Porque como se acostumbre, significa que habrá normalizado que sus necesidades no son importantes. Que no merece ser atendido ni consolado. Que no merece atención. En definitiva que no vale nada.
Porque esos niños serán el día de mañana, esos adolescentes y adultos que se miran al espejo y no se gustan, que no confían en sus posibilidades. Que no se quieren. Y nos echaremos las manos a la cabeza y no sabremos de donde vienen esas inseguridades y esa baja autoestima. Y quizá, ya sea tarde.

DEPENDENCIA/INDEPENDENCIA

 

“¡Todos queremos hijos independientes! Que se levanten y se acuesten cuando les dé la gana, que sólo hagan los deberes si les apetece, que decidan por sí mismos si quieren ir a la escuela, que se pongan la ropa que más les guste y que coman lo que quieran… ¡Ah, no! No ese tipo de independencia. Queremos que nuestros hijos sean independientes, pero que hagan exactamente lo que les digamos.” Carlos González
Criar niños independientes está de moda pero hay mucha confusión. Cuando decimos que queremos que sean independientes, en realidad lo que queremos decir es que sean autónomos, que sepan valerse por sí mismos, que se vistan, que coman solos… pero eso nada tiene que ver con la independencia que les estamos imponiendo.
Todos somos seres interdependientes y necesitamos de los demás para vivir pero un bebé muchísimo más. Un bebé es un ser completamente dependiente y pretender que no lo sea es pedirle peras al olmo, es algo imposible. Dejándole dormir solo llorando o no cogiéndole cuando lo pide, no genera independencia. Es cierto, el niño dejará de llamar a mamá, pero no porque no la necesite sino porque sabe que no va a venir. Es muy diferente y muy triste.
La autonomía, como pasa con muchas otras cosas en la educación, no se enseña, se adquiere por madurez. Lo único que tenemos que hacer es dejarles. Dejarles comer solos, aunque manchen, dejarles jugar solos y no dirigir su juego ni intervenir constantemente. Les imponemos cosas para las que no están preparados pero luego no les dejamos que tomen decisiones o que hagan cosas que quieren porque creemos que nosotros las hacemos mejor, vestirles, darles de comer o no dejarles trepar o subirse a ciertos sitios porque nos da miedo.
Pero es que mi hijo ya sabe hacerlo y aun así hay veces que no quiere. Bueno claro, como nos pasa a todos. Yo también se hacerme la cena, pero a veces estoy cansada y me gusta que me la hagan. Autonomía sí, pero con alegría. No se trata de obligar a que hagan cosas sino darles la oportunidad de que aprendan. Los niños pequeños quieren ponerse los zapatos, limpiar, cocinar y no les dejamos y años más tarde pretendemos que quieran hacerlo.
Pero volviendo a la dependencia. Existe un miedo. A que si respondo a todas las necesidades del niño, si le cojo mucho en brazos, si respondo cada vez que llora, será siempre un ser dependiente. Y no, lo cierto es que es todo lo contrario. Un niño que se siente querido y que es atendido se muestra más independiente porque sabe que si lo necesita su figura de apego va a estar ahí. Por el contrario, el que no ha tenido sus necesidades afectivas cubiertas, podrá parecer de primeras que es muy independiente, pero en realidad lo que le pasa es que ha desistido de pedir y por lo tanto, siempre será un ser más dependiente, de cariño, de contacto, de atención… demandando siempre aquello que no tuvo.
En conclusión, a los bebés, todo lo que nos pidan, brazos, consuelo, cariño, como la teta, a demanda. Y cuando empiecen a mostrar signos de autonomía, querer vestirse, querer comer solos, querer trepar, tomar decisiones… dejémosles, acompañémosles y nos estaremos asegurando una persona libre y autónoma. Porque la autonomía se aprende ejerciéndola.

LA VIDA ES DURA O LA FRUSTRACIÓN INNECESARIA

“Vivimos en una Sociedad, donde desde la más tierna infancia, se nos enseña a soportar la frustración. Existe la creencia generalizada, de que si no hay frustración marcada por los adultos, los bebés y los niños, no logran tener ningún límite a su demanda y como consecuencia, devienen en sujetos anti-sociales y no adaptados.” Yolanda González
Nos pasamos el día frustrando a los niños. Desde que nacen escuchamos frases como «no le cojas tanto que se acostumbra«, «no le des tanta teta que te usa de chupete» que no quieren decir otra cosa que: no respondas a sus necesidades primarias, contacto, alimento, succión… que se te subirá a la chepa y tienen que aprender, rápido y desde bien pequeños que la vida es dura.
Después los bebés crecen y seguimos frustrándolos. No le dejo eso, le pongo muchos límites y le digo a todo que no. Que aprenda que no todo puede ser, que la vida no gira en torno a él, es que la vida es así, tiene que aprender a frustrarse.
Efectivamente, la vida es dura y está llena de frustraciones. Y todos queremos que nuestros niños aprendan a tomarse las cosas bien y que no hagan un mundo de todo. Pero es que a tolerar la frustración no se enseña frustrando al niño. Lo que esto consigue es que el niño se enfade cada vez más porque verá el mundo como un lugar hostil donde nada puede conseguir. En cambio si veo que puedo lograr cosas, eso me hará una persona segura y por tanto que tolera mejor las frustraciones. (Hablaré próximamente del tema de la autoestima, que está muy relacionado con esto.)
El mundo está lleno de límites que el niño se va a ir encontrando a lo largo de su vida, hay muchas cosas que le frustrarán, la vida es de por sí bastante frustrante así que no necesita que añadamos ninguna más. Imagínate que en el trabajo cada vez que fueras a hacer algo no te dejaran, que te regañaran constantemente, que te castigaran, que constantemente te hicieran esperar… ¿Cómo crees que tolerarías la frustración en un entorno así?
Un niño al que apenas se le dice que no, que tiene sus necesidades cubiertas, aceptará mejor cuando algo no pueda ser, confiará más en el adulto y en su criterio que si no le dejamos hacer nada. Sentirá que él también es escuchado y aunque esto no nos libre de rabietas normales si ayudará a que sean en menor cantidad.
Decimos a los niños que tienen que esperar, muchas veces no queremos darles las cosas rápido con la intención de enseñarles, para que aprendan que no todo es YA. Y es lo mismo, los niños los tres primeros años están en etapa egocéntrica, con lo cual no entienden de esperar. A partir de ahí, y no de un día para otro, podrán cada vez esperar más y ser más pacientes. Es un proceso, que como todos, (control de esfínteres, andar, empatizar…) no se enseña, se adquiere con la madurez. No tenemos que hacer nada. Podemos darles las cosas cuando nos las pidan sin miedo a estar creando monstruos impacientes.
¿Significa esto que tenemos que darles todo a los niños y evitar cualquier esperar? Evidentemente que no. Hay límites que obligatoriamente tendremos que poner, pero son pocos (en el coche hay que abrocharse por ejemplo) y habrá veces que por circunstancias no podamos darles lo que quieren ya mismo, (la comida aún no está lista), pero eso nada tiene que ver con frustrarles o hacerles esperar con el propósito de que aprendan algo. Será además duro para ellos, agotador para nosotros y una gran pérdida de tiempo porque no habrá servido de nada. Bueno sí, les hará creer que la vida es más dura de lo que es en realidad y por tanto a tolerar peor la frustración, justo lo contrario de lo que pretendíamos.

DEJAR LLORAR O LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

“Cuando un recién nacido aprende en una sala de nido que es inútil llorar está sufriendo su primera experiencia de sumisión.” Michel Odent
La vuelta al cole está aquí a la vuelta de la esquina y con ella llegan los terribles períodos de adaptación. Terribles para los educadores pero sobre todo terribles para los más pequeños. Para hablar de este tema voy a contaros la historia de cuando me llamaron para trabajar en una escuela infantil y duré tres días porque no lo podía soportar.
Era agosto y la escuela tenía muy poquitos niños. Había uno nuevo, era bebé, tenía solo cuatro meses. Entré el primer día y el resto estaban viendo dibujos en la pantalla digital. El bebé lloraba sin parar. Lo cogí sin preguntar. Su profe no me dijo nada pero noté que no le sentaba bien. Ella mientras, estaba sentada mirando como los demás veían los dibujos. Yo cada vez que podía le cogía. El segundo día mientras yo estaba en el aula de al lado oía al bebé llorando en la cuna, solo, en una habitación. La profe decía que se tenía que acostumbrar así a dormir. Yo no podía soportar escucharle. El tercer día cuando entré, el bebé estaba en la hamaca mudo. La profe me miró y con cierto rintintín dijo: ¡Qué bien mi chico ya está adaptado, ya no llora! Salí llorando ese día y no volví más.
Eso no es adaptarse, es resignarse. Es aprender que llorar no me va a servir de nada en este mundo cruel, porque nadie me atiende. Es enseñarle desde muy pequeñito que no se queje cuando algo le haga sentir mal. Es decirle que sus necesidades no importan. Es mostrarle que no merece ser querido y atendido. Es todo eso y mucho más.
Por eso yo no dejo llorar a mi hija ni a ningún niño solo. Porque el llanto se inventó para algo. Los niños lloran para que los atendamos. No pueden hablar y es su única manera de comunicarse con nosotros. Puedo entender que en el aula es muy difícil atenderlos a todos, prácticamente imposible muchas veces, por eso insisto en que la escuela infantil no es el mejor lugar para un niño pequeño y eso nada tiene que ver con que las maestras lo hagan lo mejor que puedan.
Me parece indignante que se esté dando por hecho que los niños tienen que llorar unos días mucho hasta que se cansen y dejen de hacerlo. Que muchos padres y profes entiendan eso como normal cuando es horrible, me parece normalizar el sufrimiento. Hay que luchar por unos períodos de adaptación más largos donde los niños puedan vincularse con un nuevo referente, que aunque prefieran estar en casa, se sientan seguros en la escuela y que sepan que si lloran alguien los va a atender.
Y si tienes 20 y todos lloran y no puedes cogerlos ni atenderlos personalmente porque estás desbordado al menos acompaña, estate presente, diles que los entiendes, no los ignores ni los dejes llorando solos pero sobre todo lucha como puedas para que esto cambie.
¿Y qué es eso de la indefensión aprendida? Justamente lo que acabo de explicar. “Condición de un ser humano o animal que ha “aprendido” a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva.” Ese bebé que ya no llora cuando quiere brazos será ese niño que le quitan un juguete y se queda parado, que le pegan y no se defiende. Y ese niño será el día de mañana un adulto que cuando abusen de él en el trabajo agachará la cabeza y no se quejará ante lo injusto.
Porque los niños que normalmente decimos que son muy buenos, que no pegan, que no se quejan y que obedecen a todo no son niños sanos, son los que ya han perdido toda capacidad de defensa, algo que es bastante grave y que empieza en la cuna.

LA TRIBU, O LA FALTA DE ELLA

 

“Par educar a un niño hace falta una tribu entera”. Proverbio africano.
Nunca antes en la historia las madres hemos criado tan solas. Creemos que estamos cansadas por culpa de los bebés, pero lo que cansa no es el bebé en sí, lo que cansa es cuidarlo sola, sin apoyos y tenernos que encargar no solo del bebé sino de todo lo demás.
Vivimos cada vez de una forma más individualista. Hemos pasado de vivir en tribus a no conocer ni el nombre de nuestra vecina de enfrente, que igual hasta tiene un bebé y está igual de sola que tú. Estamos solas, en nuestras casas que se vienen abajo, con un bebé que demanda toda nuestra atención y nuestra familia quizá está a cientos o miles de kilómetros.
Para cuidar hace falta que te cuiden y este sistema está montado para que nadie se ocupe de las madres. No hay apoyo económico, ni social que se encargue de la crianza, por lo que se vive desde una situación de estrés y cansancio.
Antiguamente las familias vivían juntas, cerca. Había redes de apoyo en la comunidad, en el pueblo. Todos cuidaban de todos y las abuelas, tías y vecinas se encargaban de las mamás. Cuidar a un bebé es un trabajo en sí mismo, como contaba en el post de Maternidad y feminismo y exige todo tu tiempo y atención. Si además de eso tienes que preparar la comida, poner lavadoras, comprar, atender hermanos si los hay… llega un momento que no puedes más. Es un trabajo 24 horas, sin desconexión. 

El tipo de crianza que escogemos también influye en esto. Como las madres no tienen apoyos y están cansadas, muchas veces se escogen estilos de crianza que no respetan las necesidades del bebé. Se deja llorar para que se acostumbren, no se les coge en brazos, se les tiene demasiado tiempo en tronas, hamacas y carritos. Los bebés pagan nuestra falta de tribu.
Además estar con un bebé aunque es una personita que te acompaña, no es compañía de la que necesitas. Las madres necesitan relacionarse con otras madres, estar con adultos, para compartir, para hablar, para apoyarse… porque somos seres sociales. Y estar en casa sola con un bebé 10 horas o más no es ni natural ni saludable. El bebé disfruta también de estar en tribu, de escuchar a los adultos hablar, del ambiente de comunidad. 
En la tribu mientras la mamá está dos horas con el bebé en la teta y el papá está cazando, la prima juega con el hermanito del bebé, la tía prepara la comida para todos, la abuela lava la ropa, la amiga charla con ella mientras da teta a su bebé también y después la hermana le tiene al bebé una horita para que ella pueda descansar.
Sí, lo sé, no vivimos en tribus, estaría bien para algunas cosas pero no, vivimos en la sociedad que nos ha tocado, para bien o para mal pero una puede buscarse su propia tribu, incluso aquí. La mía la encontré en las clases postparto, en los grupos de crianza, con las abuelas que cuidan a sus nietos en el parque (madres hay pocas), y hemos tejido una red que no es la tribu que soñamos pero ayuda, sostiene y hace de la crianza algo un poco menos difícil. Os animo a buscar la vuestra, a mi la mia me ha salvado.

SÍ SE LLORA

“Yo no dejaría jamás llorar a mi hijo. Ni a mi esposa, ni a mis padres ni a mis amigos. Cuando una persona a la que quiero llora, voy a ver qué le pasa e intento consolarla” Carlos González
Andrés tiene cuatro años y es de la clase de al lado. Cuando su profe le regaña y le castiga siempre se pone a llorar, entonces la profe le regaña aún más y le dice que no se llora, que se pone muy feo cuando llora, que no le va a hacer caso hasta que pare. Andrés no quiere ir al cole.
Desde que los niños nacen escuchamos un montón de frases absurdas relacionadas con el llanto, como que llorar ensancha los pulmones, que les viene bien, que no pasa nada porque lloren un poco. Pero sí que pasa. Cuando un niño está llorando lo está pasando mal. Otra cosa es que el motivo por el que llore sea importante para nosotros o no. Pero para el niño sí lo es, por eso llora.

Por esta razón siempre debemos atender el llanto de un niño y acompañarlo. No digo que siempre podamos calmarlo. Si es debido a necesidades primarias, contacto, hambre, sueño sí deberíamos intentar hacerlo cuanto antes. Si en cambio llora porque quiere chuches a todas horas, cruzar la calle sin darnos la mano, ir sin cinturón, no podremos, pero no por eso ignoraremos su dolor y no le haremos caso.

Cuando decimos que no pasa nada si un niño se ha hecho daño al caer y llora estamos invalidando sus emociones. Sí pasa. Le duele. Lo está sintiendo y tú le dices que no pasa nada. El niño piensa entonces que sus sentimientos no tienen valor. Cuando a nosotros nos duele algo lo que menos nos gustaría escuchar es justamente eso: «No te quejes, no es nada».

Pongámonos en la situación de que a nuestro amigo le han echado del trabajo y está llorando. No puedo solucionarle el problema, es cierto, pero puedo acompañarle. Decirle que estoy ahí, que le entiendo, que le escucho. Eso es exactamente lo que tenemos que hacer con los niños. Empatizar, acompañar y poner nombre a sus emociones. Eso que tanto gusta hoy día, la educación emocional, empieza por cosas como estas.
Otra cosa que solemos hacer mucho es distraer, porque el llanto de los niños nos incomoda y nos remueve, seguramente porque a nosotros tampoco nos dejaron llorar. Obviamente que si un bebé llora porque tiene hambre y la comida aún no está, lo distraeré porque no es capaz de entender nada y no puedes darle lo que necesita en ese momento que es una necesidad primaria, pero muy diferente es distraer a un niño mayor de sus emociones. Me refiero a que si un niño llora porque quería comprarse un juguete y le hemos dicho que no, aceptemos que se enfade, tiene derecho. Podemos decirle que sabemos que quería el juguete y que entendemos que esté triste pero que no se lo podemos comprar. Muy diferente es eso a enfadarnos porque se enfada, a ignorarlo o ridiculizarlo por sentir lo que siente.
Llorar está bien, es sano y sirve para regular nuestras emociones. Lo que no está bien es que haya niños que con cuatro años quieren llorar y hacen fuerza para tragarse las lágrimas y no hacerlo porque le han dicho mil veces que no se llora, que llorar es de niñas (como si ser niña fuera un insulto), que los hombres no lloran. Porque los hombres sí deberían llorar y las mujeres y los niños. Sí se llora.