«La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.» Albert Camus
Isabel tiene cinco años y está todo el día peleándose con Cristina. Se pelean por todo y acaban pegándose, gritándose y una de las dos siempre termina llorando y viniendo a mi a decirme que la otra ya no quiere ser su amiga ni jugar con ella. Yo intento resolverlo como puedo. Las animo a hacer las paces, les digo que tienen que jugar juntas, ser amigas y darse un beso. El pack completo. Ellas obedecen y a los diez minutos están igual. Esta claro que todo eso que hago no sirve para nada. Isabel hay días que no quiere ir al cole.
Imaginemos por un momento que nosotros somos Isabel. Discutimos con alguien en la calle o tenemos un conflicto con un amigo y viene alguien a decirnos que tenemos que llevarnos bien, estar juntos, ser amigos y encima nos obligan a darle un beso o un abrazo. Creo que se entiende que eso es lo que menos nos apetece cuando estamos enfadados con alguien y que no está bien obligar a los niños a hacerlo por una sencilla razón, invalida lo que sienten.
El niño puede sentirse enfadado, disgustado, triste con la otra persona y no les dejamos vivir eso cuando les imponemos que se besen, estén juntos o sean amigos cuando no es lo que les apetece. Tienen derecho a querer alejarse del otro, a estar solos y a no dar muestras de afecto cuando no les nace.
Esto nos ocurre a los adultos porque estamos muy acostumbrados a huir de los conflictos. No nos gustan, nos dan miedo y no nos damos cuenta que forman parte de la vida, que nos ayudan a crecer y a ser mejores. Los niños viven sus conflictos también intensamente y es cierto que se enfadan y a ellos solos se les pasa y normalmente enseguida están jugando otra vez como si nada, pero eso no niega que sus sentimientos sean reales y tengan derecho a vivirlos.
Intervenimos mucho en los conflictos de los niños, demasiado. Nos gusta ser jueces y determinar quien fue el culpable y ha de pedir perdón. Pero el perdón, como el compartir, como el dar un abrazo o un beso a un amigo tiene que salir de uno, no puede venir impuesto. Pedimos perdón a alguien cuando empatizamos con la persona y somos conscientes de que le hemos hecho daño. Decirle a un niño que pida perdón por algo que no entiende, es un perdón vacío, como un gracias o un por favor obligado, que no enseña nada, más que obediencia al adulto o incluso que puedo hacer lo que quiera mientras luego diga perdón.
He visto a muchos niños pequeños que muerden o pegan y acto seguido dan un beso. No tiene sentido. Eso no hace que dejen de pegar o morder ni sana el dolor del otro. Cuando sean más mayores y puedan comprender, y si han tenido modelos de disculpa en su entorno, pedirán perdón, harán las paces, y darán abrazos si lo sienten y les apetece.
Así que podemos ahorrarnos muchas charlas con los pequeños con cosas como «tenéis que ser todos amiguitos», cosa que no es cierta, no tienen por qué serlo. «Tenéis que hacer las paces y daros un abrazo» (luego hablamos de consentimiento), y dejar los perdones para cuando a cada uno le salgan. Eso sí, como digo siempre, podemos ser su mejor ejemplo y pedirles perdón a ellos cuando nos equivoquemos, mostrándoles que todos podemos cometer errores y puede que nos perdonen y que nos dejen darles un beso o un abrazo o puede que no, y estará bien también.

 

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